Durmiendo en la selva

Oscuridad completa.

No podía dormir. Nunca lo hacía a las antes de medianoche, y esta vez pensé que no sería la excepción.

Pero, debía admitir, esta noche era diferente. Inusual. Principalmente por el lugar en donde me encontraba. Eran las once y media y la oscuridad era total. No habían bombillas encendidas, sonidos de carros en la lejanía, ni mucho menos la bulla de los vecinos. Simplemente, no había nada, mas que oscuridad. Era de aquellos días, o debería decir noches, en la que pudieras tener los ojos abiertos, e intentar ver como gato, pero solo lograrías determinar las formas en la oscuridad.

No hay una sola luz cerca, pero sí puedes escuchar. Murmullos diminutos, sonidos, canticos de seres diminutos, pequeños, medianos, o quizás grandes.

Era como si mis oídos se hubieran agrandado para percibir todo lo que mis ojos no llegaban a ver. A lo lejos, ¿ eran cánticos y voces? Un pez saltó en el agua. Sapos y ranas moviéndose entre los troncos. ¿Perros aullando aullando a la luna? ¿O quizás…? Y, en medio de toda esa maraña de vocecillas, un millón de grillos. Todos a milímetros de mi oído pero muy lejos de mi cuerpo. Pues, a éste solo le rodeaba la oscuridad de la noche.

Creo que en un momento mis ojos comenzaron a adaptarse a la negrura. Dejaban de estar enceguecidos. No sé si era la luz del día o la imaginación la que me hacía ver las cosas. Los árboles a la lejanía. Brillos en el techo de calamina. Los colores del río de la selva.

Pero los murmullos siguieron arropándome en medio de la noche. Ahí, en el hotel junto a la selva. Me dormí.

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Esta luz lejana es de varias horas después… Al amanecer en la selva.

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